Por Samuel Necochea, asesor estratégico de marketing digital, publicista, mentor en marketing de la Fundación Simón de Cirene y director de Tarima.
En la vorágine de la era digital, donde el arte del marketing se entrelaza con la inteligencia artificial (IA), se despliegan posibilidades prácticamente ilimitadas. Comprender esta relación, que promete un futuro monumental entre la creatividad humana y la astucia algorítmica de la IA, se vuelve clave.
Hace algunos años, vivimos una revolución similar cuando la «era digital» irrumpió en la creatividad y el marketing; en ese momento, muchos se resistieron a subirse al tren de las nuevas tecnologías, optando por la comodidad de la vieja escuela. Sin embargo, las nuevas generaciones, que vienen con el chip digital integrado, emergieron como profesionales competentes y nativos digitales, liderando el camino en la aplicación de tecnología en la industria.
La creatividad y la estrategia, siempre pilares del marketing, experimentan un momento muy especial con la IA. No se trata solo de la estética visual o la magia del lenguaje; es el arte de anticipar las necesidades del consumidor antes de que se manifiesten. La IA no es simplemente una asistente; es una compañera en la creación que se infiltra en cada rincón del proceso creativo. Analiza patrones de comportamiento, descubre insights ocultos y se convierte en el socio estratégico que potencia la narrativa. No obstante, en medio de este avance tecnológico, no perdemos de vista la esencia humana de la conexión emocional. Esta es insustituible.
Las redes sociales se transforman bajo el prisma de la IA. La personalización deja de ser un sueño distante para convertirse en la realidad cotidiana. Cada ‘like’ y comentario, alimenta la inteligencia colectiva de las máquinas, algo muy “Terminator 2”.
Sin embargo, en medio de tantas soluciones, surgen preguntas. ¿Hasta qué punto permitimos que la IA influya en las decisiones del consumidor? ¿Cómo equilibramos la personalización con la privacidad? Aquí, nuestra responsabilidad es hacer que la tecnología sea una aliada, no una intrusa.
En esta nueva relación entre la creatividad y la ciencia, me declaro sinergista. La IA no reemplaza la creatividad, pero la impulsa. Es el socio que trabaja datos para contar historias que generan aún más conexión. En esta era donde las métricas y las emociones van de la mano, el arte de dirigir estrategias comunicacionales se redefine: es ser el director de orquesta donde la creatividad y la IA se unen para repensar el futuro del marketing, marcando el inicio de una alianza entre humanos y robots.
Nota: Me apoyé en herramientas de IA para escribir esta columna.
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