Por Edmundo Casas, creador de Casas Lab y fundador de Kauel.
Vivimos en una era de rápido avance tecnológico, donde cada nuevo amanecer trae consigo innovaciones revolucionarias que moldean nuestro mundo. En este contexto, las “ciudades inteligentes” han emergido como un concepto prometedor, ofreciendo soluciones para mejorar la calidad de vida y la eficiencia de nuestras urbes. Pero más allá de aquello, estas metrópolis tienen el potencial de ser agentes de cambio en la lucha contra las desigualdades sociales.
Analizaremos algunas formas de cómo la tecnología aporta en las ciudades. Una de ellas es que con la ayuda de la tecnología, es posible asegurar el acceso universal a los servicios básicos. Por ejemplo, aplicaciones móviles pueden facilitar la llegada de salud, educación y transporte público. Al democratizar el acceso, garantizamos que todos, independientemente de su estatus socioeconómico, reciban los mismos beneficios.
Del mismo modo, las plataformas digitales pueden ofrecer a los ciudadanos la oportunidad de participar activamente en la toma de decisiones. Esto no solo fomenta un gobierno transparente y responsable, sino que también permite que las voces tradicionalmente marginadas sean escuchadas, cambiando el concepto de participación ciudadana conocido hasta ahora.
En la educación y formación digital, la tecnología puede proporcionar herramientas educativas accesibles para todos, desde plataformas de aprendizaje en línea hasta bibliotecas digitales. Como sabemos la educación es un gran igualador y, al hacerla accesible, se puede empoderar a las comunidades desfavorecidas para que superen las barreras socioeconómicas.
Asimismo, aportan en la creación de empleo. Hay que subrayar que con la digitalización y automatización de varios servicios, surgen oportunidades de trabajo en sectores tecnológicos. A través de programas de formación y capacitación, las ciudades inteligentes pueden preparar a los trabajadores para estos nuevos roles, garantizando empleos de calidad para un amplio espectro de la sociedad.
Estas nuevas urbes pueden implementar infraestructuras inclusivas, diseñadas para todos los ciudadanos. Por ejemplo, el transporte público puede ser pensado no sólo para ser eficiente, sino también accesible para personas con discapacidad, garantizando igualdad de oportunidades.
Sumado a lo anterior, hay que considerar que estos tipos de núcleos urbanos generan grandes cantidades de datos. Información que cuando se analiza correctamente, puede arrojar luces sobre áreas de desigualdad, permitiendo a los gobiernos actuar de manera proactiva para abordar problemas específicos y producir un cambio social a partir de esa data.
En conclusión, si bien la tecnología en sí misma no es una panacea, cuando se utiliza de manera consciente y deliberada, puede ser una herramienta poderosa para abordar y reducir las desigualdades sociales. Las ciudades inteligentes, en su máxima expresión, pueden y deben ser más que meras conglomeraciones tecnológicas; deben ser espacios donde todos los ciudadanos, independientemente de su origen, encuentren oportunidades y un mejor futuro.
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