Por Carlos Manríquez, Founder & Chief Product Officer de Codify.
Hace un par de semana, se viralizó un video en donde el periodista José Antonio Neme comparó la compra de un café, una botella de agua y unos snacks en Emiratos Árabes, con lo que podría costar en Chile. “Saque usted sus propias conclusiones”, ironizó dando cuenta que eran precios muy similares a los que se pueden encontrar en Chile, pese a que se encontraba en un país “lujoso”.
Ese video se suma a las grabaciones que anteriormente había subido Mirna Schindler a su cuenta, en la que también generó polémica al comparar el precio de algunos productos del Reino Unido con los de nuestro país. Si bien con este tipo de videos se gana popularidad y adhesión de la gente —por generar un manto de que el empresario abusa del pueblo— es preocupante la falta de análisis al respecto, más de profesionales de la información.
En la discusión también hubo personas que mostraron posturas menos emocionales y más racionales, que tenían el propósito de explicar —en parte— a qué se deben esas diferencias. Muchas opiniones, pero hubo pocos se detuvieron a explicar que los precios de los productos y servicios también se relacionan a la productividad que tenemos como país.
En otras palabras, y si queremos tener un debate serio en relación a precios, debemos entender que en nuestro país tenemos procesos menos eficientes, usamos menos tecnologías y, por ende, contamos con un entorno menos productivo y competitivo, afectando —insisto: en parte— en el precio de productos y servicios.
Planteo esto luego de la aprobación del proyecto de Ley de las 40, que reduce la jornada laboral a 40 horas semanales. Este panorama abre dudas inevitables para todos: ¿qué estamos haciendo para ser más productivos? ¿Nos estamos capacitando de buena manera? ¿Las empresas están usando innovación y tecnologías para ser más productivas? ¿Las organizaciones están generando equipos más versátiles? Probablemente la mayoría de las respuestas sean más negativas que positivas.
Ante esto, debemos tomarnos en serio lo que se viene. ¿Qué medidas podríamos aplicar en concreto? Además de la flexibilidad laboral —que debemos promover e impulsar sí o sí— propongo lo siguiente:
1.- Disminuir el descalce organizacional.
Un factor crítico de todo esto es el descalce organizacional, que se da en 2 dimensiones: Estrategia vs estructura, que es cuando la estructura organizacional no da el soporte para el cumplimiento de los objetivos de la compañía; Cargo vs colaborador, que se da cuando la persona está sobre o subcalificada para desempeñar la función requerida por el negocio.
Ningún país es ajeno a esto, pues afecta al 40% de la fuerza laboral mundial. Sumando Brasil, México, Perú, Argentina y Chile el descalce afecta a 82,8 millones de personas. Este problema mundial es multisectorial y transversal. Según Boston Consulting Group equivale a gravar extra a las empresas con impuesto del 6% promedio anual.
2.- Gestionar el talento para crear equipos más versátiles al interior de las organizaciones.
Los estudios adicionales focalizados brindan mayor versatilidad, adaptabilidad y capacidad para colaborar de manera más expansiva al interior de una organización. Necesitamos profesionales más versátiles que puedan adaptarse a los cambios de posición frente a situaciones de insatisfacción laboral o por sentir que se “tocó techo” al interior de la compañía.
3.- Aumentar la productividad mediante la utilización de más y mejores tecnologías.
Esto implica un trabajo mucho más conjunto entre empresas tradicionales y startups que están ayudando a mejorar la productividad. La digitalización y la tecnología aportan bastante y las startups son las únicas que ofrecen disrupción, versatilidad, rapidez y eficiencia en la mejora de procesos en base a estos factores.
Son propuestas que sin lugar a dudas podrían situarnos de mejor manera. Si no nos hacemos cargo en serio de que la productividad laboral es un tema vital y que nos afecta a todos —tanto a la economía como a la calidad de vida de las personas— entonces esta Ley de las 40 horas no servirá de mucho, pues implicaría que lejos de dar mayor calidad de vida a las personas, podría afectarnos a todos en conjunto, mermando no solo la cantidad, sino también la calidad de los empleos que generamos como país. Este desafío nos obliga a la mayor utilización de innovación y tecnologías… si no lo impulsamos entre todos y si no nos hacemos cargo, será muy tarde. Hagámonos cargo.
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